Decidieron soltar la mano a los que fueron, tiraron su vieja vida por la ventana y se pusieron a caminar en dirección a los que son cuando ningún enfado ni ninguna mala mueca ni ningún miedo los aleja de lo que sienten. Se olvidaron los ajustes de cuentas mutuos y juntos le ajustaron las cuentas al presente dándose todo lo que a veces se negaban, acercándose el uno al otro sin tanques ni trincheras. Se contaron los temores mutuos, se quitaron los disfraces, se bajaron del autobús de la apariencia y mostraron sus debilidades, sus anhelos, sus ganas mutuas de convertir sus vidas en un tren de largo recorrido para dos, en un paisaje en compañía.
Y se bajaron. En primer lugar de sus cabezas, después de las historias que un día oyeron sobre las líneas que deben pisar los amores convencionales. Se bajaron de las palabras de todos aquellos que afirman esquetodossoniguales, esquetodassoniguales. Porque se supieron únicos cuando entendieron que el amor solo tiende puentes cuando dos no se hablan con la cabeza sino con el corazón, cuando juzgar se convierte solo en una palabra de seis letras que cae por el desagüe. Así se bajaron de sus rencores, de los que sentían hacia todos aquellos que un día les fallaron. Y en sus paladares, como una aspirina de vocales y consonantes se fueron disolviendo todas las palabras que un día fueron creadas para huir del entendimiento, todas las líneas de soldados, todos los sábados con forma de derrumbe, todos los pasados que acababan en disputa.